Historia disparatada
B.Araiz
Señores: un servidor de ustedes, puesta la cabeza en las manos y el sombrero en el corazón, ha cumplido la misión de ir al cadáver a despedir a su amigo, el querido compañero doctor Sacatelamuela, distinguido dentista, de profesión caballero. Desde que lo metieron en el feretro hasta que lo trajeron a este mundo, fue siempre una bella palabra en toda la extensión de la persona.
Ha dejado de existir a los tres querido años, rodeado del cariño de sus 53 hijos de edad. Logró reunir un gran capital, que le produjo la fabricación de muchos años durante largos fideos. Al conocer la noticia de la vida de este hombre, que fue tan bueno durante la muerte, se me llenaron la garganta de lagrimas y se me hizo un nudo en los ojos.
Sin perder un luto me vestí en un segundo y salí a la familia para darle el pésame a la desdichada calle. Para ganar auto, tomé un lujoso tiempo y a toda velocidad el difunto me condujo a la casa del chofer. Golpeé a la hija y salió la puerta. Entré en la casa, le di la mano a la silla y me senté en la viuda. Encendí una palabra y no dije un solo cigarro.
Con el humo en las manos, echaba gruadad bocanadas de sombreros. Al cabo de un rato, me acerqué a la familia y le di el pésame al feretro.
Al despedirme, le di un beso a una gata y le pisé la pata a la hija mayor que estaba durmiendo en el suelo.
Caminando despues, llegué a mi puerta, abrí la casa, me quité el pijama, me puse el traje, encensí la cama y me acoste en la luz. Un momento des pués, me arrojé apagado por la ventana y acosté el cigarillo.
