Ayer me quedé conversando con Pamela y Adriana luego de la reunión sobre algunas cosas que me preocupaban, de todos los consejos que me dieron el que más me marcó fue el de valorar a las personas observando en ellas (también) los aspectos positivos.
Hace tiempo que me he puesto exesiva-e-intolerantemente-crítica con las personas, lo que por supuesto ha implicado un cambio en mis relaciones.
Siguiendo algunos de los consejos, llegué a mi casa a trabajar con el libro autoliberación y mientras me disponía a ello, comienza en la tele un programa que ni sabía que existía, llamado sueños urbanos. Donde contaban la historia de un joven llamado Carlos, que vivía en la calle, que era drogadicto y que "trabajaba" en las noches asaltando personas.
Primera impresión: ladrón, mala persona, "este weon ta cagao".
Luego se iban adentrando en la parte humana de este personaje que iba hablando de su propia situación y nos mostraban los problemas que él tenía y como él intentaba salir adelante.
Segunda impresión: pucha cosito, si es sólo un niño, sólo le falta un poco de amor.
Cuando el capítulo terminó, yo lloraba de emoción y de ganas de ayudarlo.
Por una parte, si él hubiese tenido alguna de las herramientas de comunicación y no violencia que enseñamos y aprendemos los humanistas, su vida habría sido tan distinta...
Y por otra parte, con esa extraña coincidencia, la vida se encargó de enseñarme y demostrarme que efectivamente las cosas son muy distintas cuando uno logra ver "el otro lado de las cosas"